
En un giro sorprendente para una nación que ha promocionado sus compromisos con la energía renovable y la sostenibilidad, el gobierno cubano anunció un nuevo programa de producción y exportación de carbón vegetal, especialmente derivado del marabú. La medida, avalada por el Ministerio de la Agricultura, busca “aprovechar un recurso subutilizado” para generar divisas frescas y empleos, pero ha reavivado el debate sobre los costes ambientales y la coherencia de la política energética isleña.
El anuncio y sus objetivos económicos
Este mes, el Ministerio de la Agricultura confirmó el lanzamiento de un plan nacional para convertir el abundante marabú —una planta invasora que cubre miles de hectáreas en Cuba— en carbón de alta calidad, con destino a mercados en Europa y América Latina. Las autoridades destacan tres beneficios inmediatos:
- Ingreso de divisas: El carbón vegetal, señalan, tiene un valor competitivo en el mercado internacional, lo que permitiría a Cuba obtener recursos externos urgentes en un contexto de estrechez económica.
- Generación de empleo: La cosecha, el procesado y la logística de exportación crearían puestos de trabajo en zonas rurales, ayudando a comunidades afectadas por la falta de oportunidades.
- Control del marabú: Al convertir una planta invasora en un producto comercial, se buscaría frenar la expansión de este arbusto y liberar tierras para otros cultivos.
Según cifras preliminares, Cuba podría producir hasta 20 000 toneladas anuales, con un precio de venta estimado en 350 US$/tonelada en Europa. De resultar exitosa, la iniciativa competiría con productores de Asia y África, donde el carbón vegetal es una industria ya consolidada.
Características del carbón de marabú
El marabú (Dichrostachys cinerea) proliferó tras la caída del bloque soviético, aprovechando el abandono de tierras agrícolas. Su madera es dura y, al transformarse en carbón:
- Producción de calor elevado y uniforme, muy valorado en parrillas y barbacoas gourmet.
- Bajo contenido de cenizas, lo que facilita su manipulación y reduce residuos.
- Textura homogénea, apreciada por chefs y consumidores de alto poder adquisitivo.
Este perfil ha impulsado su demanda en Europa, donde el carbón vegetal de calidad se comercializa como “eco” o “premium”. Sin embargo, la etiqueta de “vegetal” no impide emisiones de CO₂ ni otros gases de combustión.
El coste ambiental: más allá del carbono
Si bien la explotación del marabú puede verse como una forma de control biológico, la producción de carbón vegetal conlleva impactos ecológicos:
- Emisiones de CO₂: Cada tonelada de carbón vegetal equivale a 1,5–2 toneladas de CO₂ emitidas al quemarse, agravando el efecto invernadero.
- Deforestación secundaria: La recolección intensiva podría derivar en la tala de especies nativas si no existe una regulación rigurosa que limite el aprovechamiento exclusivamente al marabú.
- Pérdida de suelo y biodiversidad: El proceso de carbonización, si se realiza en hornos tradicionales, puede degradar el terreno circundante y contaminar acuíferos con lixiviados.
Expertos advierten que, sin tecnologías limpias y prácticas de manejo sostenible, esta actividad puede convertirse en un parche económico contraproducente para la agenda climática de la isla.
Una política energética en tensión
Cuba ha presentado en los últimos años ambiciosos planes para:
- Incorporar paneles solares y parques eólicos en el mix energético.
- Reducir la dependencia de combustibles fósiles importados, en línea con acuerdos del Acuerdo de París.
- Fomentar la eficiencia energética en edificaciones públicas y viviendas.
La exportación de carbón vegetal choca con estos objetivos y plantea preguntas sobre la coherencia del discurso oficial. ¿Puede una nación avanzar hacia la neutralidad de carbono mientras impulsa un producto que se asocia con la deforestación y la generación de gases de efecto invernadero?
¿Hacia un modelo verdaderamente sostenible?
Para reconciliar la necesidad de ingresos urgentes con la protección ambiental, Cuba podría considerar:
- Instalar hornos de carbonización limpia, con sistemas de captura de gases y uso de calor residual.
- Implementar planes de reforestación con especies nativas, compensando la extracción de biomasa.
- Buscar valor agregado en productos derivados (briquetas ecológicas, activos para la industria química).
- Diversificar las exportaciones: combinar carbón con miel, tabaco y servicios turísticos, reduciendo la presión sobre recursos naturales.
La financiación internacional para la adaptación al cambio climático y los fondos verdes podrían apoyar la transición hacia un enfoque verdaderamente sostenible, donde la explotación del marabú forme parte de un sistema circular de economía verde.
La decisión de exportar carbón vegetal revela la tensión entre la urgencia financiera y la responsabilidad ambiental. Aunque se presenta como una solución ingeniosa para controlar una planta invasora y generar divisas, corre el riesgo de socavar los avances en energías limpias y los compromisos climáticos de Cuba. El éxito dependerá de la capacidad del país para equilibrar sus necesidades económicas con un manejo sostenible del recurso, evitando que un “negocio negro” termine erosionando sus propios bosques y reputación ecológica.