
Recientemente, un incidente en Moa, Holguín, ha puesto de manifiesto la creciente ola de inseguridad en Cuba. Un joven, identificado como Miguel Zegarra Mendoza, fue arrestado tras robarle un teléfono celular a una niña en plena vía pública. Gracias a la rápida intervención de las autoridades, el ladrón fue detenido y el teléfono recuperado, un desenlace que, aunque positivo, refleja una problemática más amplia.
Este caso no es un hecho aislado. En los últimos meses, el aumento de robos y asaltos, en especial contra menores, ha alarmado a diversas comunidades a lo largo del país. Desde Santiago de Cuba hasta La Habana, niños y adolescentes se han convertido en víctimas frecuentes de este tipo de delitos, una triste consecuencia del contexto de crisis económica y falta de oportunidades que atraviesa la isla.
La inseguridad que enfrenta la población, especialmente los más vulnerables, es un indicador del descontento social y de los efectos colaterales de la crisis. Con muchas familias lidiando con la escasez de bienes básicos, el incremento de la criminalidad se convierte en una forma desesperada de sobrevivencia para algunos, lo que agrava aún más la situación.
La experiencia de una comunidad que enfrenta el temor de enviar a sus hijos a la escuela o a jugar al parque es un reflejo de un estado de ánimo colectivo marcado por la inseguridad y la desconfianza. Es fundamental que este aumento en la delincuencia sea abordado por las autoridades, que deben trabajar para restaurar la seguridad y la confianza pública.
Lo ocurrido con Miguel Zegarra Mendoza y la niña afectada subraya la urgencia de atender la creciente inseguridad en Cuba. La protección de los más jóvenes debe ser una prioridad, así como la creación de oportunidades para revertir el ciclo de violencia y desamparo al que se enfrentan muchas familias en la isla. La comunidad, unida, tiene el poder de demandar cambios y buscar soluciones efectivas que aseguren un futuro más seguro para todos.